DEAD BRIDES FOR SALE
by Kurt McGill
Red
Light District, Ensenada, Baja California, Mexico
Night must fall in the Tolerance Zone, the same way it
does everywhere. Tonight it fell hard. I watched the shipping crate in the bed
of the Escalade pickup parked behind the cantina: the crate filled with the ripe
kumquats—three snuffed mail-order brides—that Yee Chung Toy tried to smuggle
from Guangdong province to Veracruz, then across Mexico, through Ensenada, and
into San Francisco.
Tried and failed. Those kumquats would have brought a nice
price from some stodgy middle-aged Chinese businessman: a limping fishmonger, a
balding importer of black fungus. Real cozy. But this fruit was spoiled, tainted,
gone way wrong on the way over. When I opened the crate on the cargo ship—the captain
knew something was not right by the stench—they were in there: fifteen, sixteen
years old, not wearing a hot stitch, dead as sardines in a tin can.
The crate was intercepted en route from Yee’s freight
forwarder and some adjustments had been made to the contents: one of the girls
was missing a kidney. Yee Chung Toy hired me to find out who did the adjusting—
for starters—the why would come later.
I did a return to sender on the crate, left it on the beach in
Ensenada where it came aboard the cargo ship. The crate was out of place,
awkward, leaning over on its side on a ledge of sand that had been hollowed out
by last night’s high tide. It would attract attention—maybe unwanted attention
if the cops asked someone up in the shantytown overlooking the beach if they’d
seen anything unusual…seen anybody…a couple of nights ago.
Now I followed the Mexicans in the Escalade—the two matones with big mustaches who’d
reclaimed the crate—in a cloud of dust on the road coming up from the beach, over
to the main highway into town, and back to the cantina. I checked in at the
Hotel Hot Lips across the street from the rear entrance to the cantina and
waited.
Two Chevy Suburbans bracketing a white Mercedes moved
slowly down the street and pulled into the lot behind the cantina. A swanky vato thug got out of the car—ponytail,
baggy suit, sunglasses—shadowed by his entourage with AR-15 rifles and flak
jackets.
I ducked out for a minute and made my way down the hall to
the immoral toilet. When I came back to the room and looked out the window,
somebody had closed the gates to the parking lot. But I still had a clear view
from my perch of the two bodyguards dressed in yellow plastic coveralls coming
out the back door. They wrestled the crate down from the bed of the pickup and
pried it open with a crowbar.
The chainsaw made a high-pitched whirring sound, then a few
put-put-puts. One of the bodyguards went to work carving up a virgin
bride. First the hands came off. The head went next. The severed body parts
were thrown into a plastic tub. The stumped carcass was quartered and chucked
into the back of the Escalade. The surgeon’s coveralls were transformed by the
spray—a tequila sunrise—yellow on top, orange highlights bleeding into red on
the way down to his gore-soaked cowboy boots.
In a spin blood is that spin I’m in under that old black
magic of my overloaded circuits…shorting out…ragged
insulation…smoking…vibrating…a silent movie running through a defective
projector…the bloody plastic tub…the severed heads…the delicate hands…that fifty-gallon
vat in the corner of the parking lot…cloud of white mist wafting up from the
acid bath. . .
I was on autopilot…switch on…engage remote control…sleepwalking…downstairs....out the back door of the hotel to my truck…looped around the block…found a parking
place across the street from the cantina’s lot…
The wind coming in through the windows of my truck felt
cool on my sweaty face. I followed the Escalade—invisibly, softly, drawn along
on the breeze, snaking through downtown, out past the old cemetery, down
Avenida Ojos Negros. Where the fuck are they? Cut right!—quick merge
over to the ramp for the Ensenada-San Felipe Highway. Fell in a few car lengths
behind them, came up to freeway speed.
Couldn’t see them as we approached the overpass…too late:
Fuck! Already passed them—I pulled over.
The traffic glided by serenely in the dark. Got out of the truck and looked back
down the freeway. The two matones
moved nonchalantly in the soft glow of the headlights as they dumped what
remained of the brides under the overpass.
This story published by Akashic Books:
http://www.akashicbooks.com/dead-picture-brides-by-kurt-mcgill/
(Spanish companion piece continues…)
http://www.akashicbooks.com/dead-picture-brides-by-kurt-mcgill/
(Spanish companion piece continues…)
NOVIAS MUERTAS EN VENTA
por Kurt
McGill
Barrio Rojo, Ensenada, Baja
California, México
Noche debe caer en la zona
de tolerancia, de la misma manera que lo hace en todas partes. Esta noche cayó
con fuerza. Miré a la caja de transporte en la cama de camioneta Escalade
aparcada detrás de la cantina, la caja llenada de las naranjas chinas maduras—tres
novias por correo—que Yee Chung Toy había tratado pasar de contrabando desde
provincia de Cantón hasta Veracruz, a través de México, por Ensenada, y después
al puerto de San Francisco.
Él intentó y fracasó. Las
novias habrían llevado un buen precio desde los chinos viejos, un dueño
jubilado de tienda de mascotas, quizás un importador de hongo negro. Acogedor.
Pero esta fruta se echó de perder, podrida. Cuando abrí la caja en el nave de
carga—el capitán sabía que algo andaba mal por el hedor—ellos estaban allí:
quince, dieciséis años, no llevaban una puntada, muerto como sardinas en lata.
La caja había sido
interceptada en la ruta de transitorio, y algunos ajustes habían hechos a los
contenidos. Para empezar, mi trabajo consistía en averiguar quién hizo el
ajuste. El motivo vendría más tarde.
Devolví la caja al
remitente. Lo dejé en la playa de Ensenada, donde había llegado al bordo de la
nave de carga. La caja estaba fuera de lugar, torpe, apoyándose a su lado sobre
una repisa de la arena que había sido excavada por la marea alta en la noche
anterior. Atraería atención por—tal vez atención no deseada si la policía pidió
a un residente de la barriada de casuchas con vistas a la playa si habían visto
algo, alguien, hace dos noches.
Seguí los mexicanos en la
Escalade—los dos mugrosos con grandes bigotes que había reclamado el cajón—en
una nube de polvo en la pista que sube de la playa, hasta la carretera, y
últimamente a la cantina. Me registré en el Hotel Hot Lips a través de la calle
y esperé.
Dos Chevy Suburbans pusieron
un Mercedes blanco entre paréntesis. Se movieron lentamente por la calle y
entraron en el lote de la cantina. El Catrín salió del carro—el pelo en una
cola de caballo, traje negro, gafas de sol—sombreado por su escolta en chalecos
antibalas, con rifles AR-15 al hombro. Suave, chuco elegante, narco? Tal vez
era un pollero, un pastor de pollos, traficante de mojados.
Me metió en el pasillo de
repente y encontré el inmoral baño. Cuando regresé a la ventana alguien había
cerrado las puertas de metal del lote. Pero todavía yo tenía una vista clara de
los dos guardaespaldas vestidos con monos de plástico amarillo venían por la
puerta trasera del cantina. Ellos lucharon abajo la caja de embalaje y la
abrieron con una palanca.
La motosierra hizo un
zumbido chirriante, luego unos cortos put-put-puts. Un mugroso comenzó
a repartir una novia virgen. Las manos salieron primero. La cabeza seguida. Las
piezas cercenadas fueron arrojadas en una tina de plástico. El cadáver de la
chica fue descuartizado y se lanzó a la trasera del camión. Sus monos fueron
transformados por la bruma—un tequila sunrise—amarillos en el parte
superior, de color naranja y el rojo que fluyen juntos en el medio.
In a spin blood is that spin I’m in under that old black
magic…sobrecargados…
cortocircuito…aislamiento andrajoso…fumando…vibrando…ahora una película muda
corriendo a través de un proyector defectuoso…un tina de plástico con sangre
roja… deshágase de las cabezas perdidas…las manos delicadas… en tanque de
cincuenta galones en la esquina de la playa del aparcamiento…entonces una nube
de niebla blanca flotando sobre del tanque…
Yo estaba en piloto
automático…embragar…comenzar control remoto… sonámbulo. . . abajo…por la puerta
trasera a mi camioneta…haga un bucle alrededor de la cuadra… conseguí una plaza
a través de la calle de la cantina…
La brisa que entraba por las
ventanas de mi camión sentía fresca en mi cara sudorosa mientras seguí la
Escalade—de forma invisible, murmurar, arrastrado por el viento, serpenteando a
través del centro, por el antiguo cementerio, a lo largo de Avenida Ojos
Negros. ¿Dónde carajo están? ¡Corte a la derecha! Rápida fusionar con
la rampa de la carretera Ensenada-San Felipe. Ahora les seguí a una distancia,
me acercaba la velocidad de la carretera.
Yo no podría verlos cuando
nos acercamos al paso elevado. ¡Chingado! Ya pasé por ellos. Saqué rápido al
lado. El tráfico se deslizó serenamente en la oscuridad. Salí de mi camión:
miré atrás por la autopista. Los mugrosos se movieron por casualidad en el
suave resplandor de los faros. Tiraron lo que quedaba de las novias bajo del
paso elevado.
Traducción: Kurt McGill
A graduate of UC Berkeley (M.A.in Art), Kurt McGill is a writer, poet, and visual artist. Author of two atmospheric noir novels - Inspector Sing Man Wo's Dilemma and Night Pictures - his writing is also published by The Bangalore Review and Vanguard Press. His public artwork (NYC) is included in the Museum of Modern Art Archives. Longtime resident of Tribeca, Kurt splits his time now between Montevideo, Uruguay, and
Florida.
Love your story and love it even more in Spanish. Flash fiction that cuts deep into
ReplyDeletethe psyche. The Spanish version is remarkable for its cultural resonance.
Opinion interesante de un lector sofisticado...
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